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Corrupción política


Aunque esta entrada la he etiquetado en "de rabiosa actualidad", lo cierto es que no es un tema que sea actual, ni mucho menos. Deberíamos remontarnos a los orígenes de las sociedades humanas para comprobar que es un asunto permanente.

La corrupción política es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia, tan antiguo como las primeras formas de organización social y gubernamental. No es un invento de la modernidad, sino una constante que ha adoptado diversas formas y ha sido percibida de manera diferente en cada época.

Orígenes y Antigüedad:

  • Antiguo Egipto (c. 1100 a.C.): Se encuentran registros de los primeros casos documentados. Un ejemplo notorio es la denuncia de Peser, un exfuncionario, sobre los negocios ilícitos de otro funcionario asociado con profanadores de tumbas durante el reinado de Ramsés IX. Las leyes contra el soborno ya existían, castigando severamente a los jueces corruptos.

  • Grecia Antigua: La corrupción era una realidad. Se mencionan casos como el de Demóstenes (324 a.C.), acusado de apropiarse de fondos, y Pericles, a quien se le atribuyó especulación en la construcción del Partenón. Aunque el soborno se tomaba en serio y se aplicaban penas estrictas, la distinción entre un regalo y un soborno no siempre era clara. Existían mecanismos de control y rendición de cuentas para los magistrados, y los tribunales imponían multas y confiscaciones de bienes.

  • Antigua Roma: La corrupción estaba muy extendida. La "adesectatio" (seguimiento de clientes para exhibir poder) era común, donde los gobernantes protegían a sus clientes a cambio de apoyo. También había "coitiones" (acuerdos para repartirse votos) y la "commendatio" (el "enchufe" actual) para conseguir empleo. La concusión (cobro de impuestos inflados para beneficio propio) era la norma en las provincias.

Edad Media:

  • Con el auge del feudalismo, surgieron prácticas de explotación y abuso de poder. Si bien la religión católica introdujo una nueva moral donde el robo era pecado, la posibilidad de la confesión y el perdón a menudo abrieron la puerta a nuevos abusos. Algunas formas de corrupción incluso se consideraban legales o legítimas en ciertos contextos.

Edad Moderna y Contemporánea:

  • Antiguo Régimen en Europa: Favoritos, secretarios y funcionarios se lucraban con sus cargos y repartían favores, generando redes de corrupción endémicas en las cortes.

  • América Latina Colonial: La corrupción fue una constante. La venta de cargos públicos era común, y se pagaban "anatas" (equivalentes a un año o medio sueldo) por los nombramientos. A pesar de los intentos de la Corona española, como el Sistema de Intendencias, la corrupción persistió.

  • Siglo XIX y XX: La lucha contra la corrupción comienza a tomar forma más organizada. En Estados Unidos, a partir de la década de 1970, se dictan leyes contra el soborno, como la Foreign Corrupt Practices Act (FCPA) en 1977. La corrupción sigue manifestándose en diversas formas, desde el tráfico de influencias y el nepotismo hasta el clientelismo y la manipulación de información pública.

  • Actualidad: Existe un consenso global sobre la urgencia de combatir la corrupción, reconociendo su impacto negativo en el desarrollo y la democratización. Sin embargo, sigue siendo un desafío global, manifestándose en escándalos de gran magnitud que involucran a políticos, empresarios y funcionarios públicos en todo el mundo.

En resumen, la historia de la corrupción política es un reflejo de la complejidad de las relaciones de poder y la naturaleza humana. Si bien las leyes y las percepciones sobre la corrupción han evolucionado, su presencia ha sido una constante en la historia de las sociedades.

Aforamientos ¿justificados o no?


En España, el aforamiento parlamentario es una prerrogativa procesal que implica que ciertos cargos públicos, incluidos los diputados y senadores del Congreso y del Senado, deben ser juzgados por un tribunal superior al que correspondería  un ciudadano común en caso de cometer un delito. En el caso específico de los diputados y senadores, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo es el órgano competente para instruir y enjuiciar las causas penales contra ellos, según queda establecido en el artículo 71.3 de la Constitución Española.

El aforamiento supone Fuero especial, un cambio en las reglas procesales. En lugar de ser juzgados por los tribunales ordinarios, los aforados son llevados directamente ante un tribunal de rango mayor, como el Tribunal Supremo o los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas, dependiendo del cargo.

Se trata de una prerrogativa, no de un privilegio, aunque a menudo se percibe como un privilegio, el aforamiento se justifica legalmente como una prerrogativa que busca proteger la independencia del cargo público y del órgano que representa. Se argumenta que un tribunal superior es menos susceptible a presiones políticas o mediáticas al juzgar a una figura pública relevante.

Por lo general, el aforamiento es una condición temporal que dura mientras la persona ocupa el cargo. Si la persona deja de ser parlamentario, la causa penal, si la hubiere, pasaría a ser competencia del tribunal ordinario que le correspondería.

No debe confundirse con inviolabilidad e inmunidad. La inviolabilidad protege a los diputados y senadores de ser perseguidos judicialmente por las opiniones manifestadas o los votos emitidos en el ejercicio de sus funciones. Es una protección absoluta e impide cualquier responsabilidad legal por esas acciones. la inmunidad implica que los parlamentarios sólo pueden ser detenidos en caso de flagrante delito, y para ser procesados o inculpados, se requiere un suplicatorio de la Cámara a la que pertenecen. Esa prerrogativa busca evitar detenciones o procesos que puedan obstaculizar el funcionamiento de la institución parlamentaria.

Debate sobre el aforamiento

El aforamiento ha sido objeto de un intenso debate en España. Sus críticos lo consideran un privilegio que atenta contra el principio de igualdad ante la ley (artículo 14 de la Constitución Española), ya que crea un sistema judicial diferenciado para ciertos ciudadanos. También argumentan que al ser juzgados directamente por un tribunal superior, los aforados pierden el derecho a una segunda instancia, es decir, la posibilidad de recurrir la sentencia ante un tribunal superior, lo que sí tienen los ciudadanos no aforados.

Por otro lado, sus defensores argumentan que es una garantía necesaria para preservar la independencia de los poderes del Estado y proteger a los cargos públicos de posibles injerencias o presiones indebidas en el ejercicio de sus funciones.

En España, además de los parlamentarios, otras figuras como miembros del Gobierno, jueces, magistrados, fiscales, miembros del Tribunal Constitucional, y otros cargos públicos, también gozan de algún tipo de aforamiento, aunque las condiciones y los tribunales competentes pueden variar. La discusión sobre la necesidad de reducir el número de aforados y reformar esta figura legal ha sido recurrente en la agenda política española.

La sombra de la duda


La sombra de la duda se alarga como un crepúsculo eterno, un manto frío que envuelve el alma y oscurece la claridad del pensamiento. No es una presencia tangible, sino una sensación viscosa que se adhiere a la piel, un susurro constante que mina la confianza y siembra la semilla de la incertidumbre.

Se manifiesta de mil formas, como un eco lejano que cuestiona nuestras decisiones, como un velo que distorsiona la realidad y nos hace dudar de nuestras propias percepciones. A veces, adopta la forma de un espejo empañado que refleja una imagen distorsionada de nosotros mismos, resaltando nuestras inseguridades y magnificando nuestros errores.

La duda se alimenta de la inseguridad, del miedo a lo desconocido, de la fragilidad de la condición humana. Nos acecha en los momentos de vulnerabilidad, cuando nos enfrentamos a decisiones trascendentales o nos aventuramos en territorios inexplorados. Nos susurra al oído, cuestionando nuestras capacidades, sembrando la discordia entre nuestros deseos y nuestras acciones.

Pero la duda no es necesariamente un enemigo. Puede ser una aliada silenciosa que nos impulsa a la reflexión, que nos obliga a cuestionar nuestras certezas y a buscar respuestas más allá de lo evidente. Nos invita a explorar las sombras, a desentrañar los misterios que yacen ocultos en nuestro interior.

A veces, la duda se convierte en un laberinto sin salida, un laberinto de pensamientos circulares que nos atrapa en un bucle de indecisión. Pero en otras ocasiones, nos guía hacia la sabiduría, hacia la comprensión profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

La sombra de la duda es un recordatorio de nuestra humanidad, de nuestra capacidad para cuestionar, para explorar, para aprender. Es un recordatorio de que la certeza absoluta es una ilusión, y que la verdadera sabiduría reside en la capacidad de vivir con la incertidumbre, de aceptar la ambigüedad y de encontrar la luz en medio de la oscuridad.

Si vis pacem, para bellum

 



Se atribuye al autor romano Publio Flavio Vegecio la frase "si quieres la paz, prepárate para la guerra". Este autor quería significar que para garantizar la paz era necesario prepararse para la guerra. Una idea que ha sido fuente de "inspiración" para diseñar estrategias de seguridad a lo largo de los siglos. En nuestros días se conoce como "disuasión".

La frase aparece en el tratado "De Re Militari", escrito por Vegecio en el siglo IV a.C. Desde entonces, suele traerse a colación cuando, por algún motivo, suenan "tambores de guerra". Y esto, según los medios de comunicación, parece ser lo que está ocurriendo en estos precisos momentos.

Es un dato empíricamente contrastable que la Humanidad, desde que es tal, no ha sabido convivir en paz más allá de un siglo, dos a lo más. Desde que los primeros Homo Erectus comenzaron a tener disputas territoriales hasta nuestros días, muchos han sido los conflictos armados, utilizándose desde piedras y cantos rodados hasta la más sofisticada tecnología. Y esto es otro hecho que no deja lugar a la duda.

Hoy, desde la Unión Europea, nos están "invitando" a tener en nuestras casas un "kit de supervivencia" para hacer frente a posibles catástrofes, incluyendo la guerra. Y lo aconsejan para las primeras 72 horas. Lo que no explican es qué ocurriría pasado este breve espacio temporal.

Así las cosas, la respuesta a lo que ocurriría es muy sencilla. Sólo sobrevivirían las tribus que todavía existen en el corazón del Amazonas o en el centro de África, alejadas ambas de todo tipo de contacto con la "civilización", ajenas a los intrincados movimientos de los "poderes políticos".

Pero que no cunda el pánico. Por el motivo que sea, que esto es materia muy susceptible de ser opinada, el cada vez más renombrado "rearme europeo" no es sino una estrategia que esconde algún interés oculto muy distinto del de hacer frente a una hipotética conflagración mundial que, por cierto, sería la última...todo sea dicho. Cosa esta última que viene a corroborar de nuevo la frase con la que empezamos este relato. 

Que están ocurriendo en la actualidad conflictos en determinados lugares del planeta es una hecho. Siempre ha sido así. Pero prepararse para una guerra que supondría, como hemos dicho, el fin de los días "civilizados", es otra cuestión.

La última guerra mundial, la segunda, dejó claras las consecuencias. No nos preparemos para otra. De lo contrario, ni los actuales Putin, Trump, Von Der Leyen y resto de "personalidades" encontraría refugio, ni debajo de las piedras.

Cambiemos entonces la frase de Vegecio por otra más amigable: "si queremos la paz, preparémonos para la paz".

Y la historia se repite...



Entre los años 264 a.C. y 146 a.C., una potencia establecida, Cartago, y otra emergente, Roma, estaban llamadas a colisionar por el dominio del mar Mediterráneo. La guerra era inevitable...y tres fueron los enfrentamientos hasta que Cartago fue arrasada y eliminada de los mapas del entonces mundo geográfico conocido.

Las Guerras Púnicas, ni fueron las primeras, ni serán las últimas. Para afirmar esto último basta con asomarnos a la historia de los siglos transcurridos desde la legendaria controversia entre Roma y Cartago. ¿Acaso la humanidad no ha conocido desde entonces multitud de conflictos bélicos, entre los que se encuentran los más devastadores como la primera y la segunda Guerra Mundial?.

Es una constante histórica que los seres humanos, por diversas motivaciones entre las que sobresalen las económicas y geo-políticas, siempre han acabado de solventar sus conflictos de intereses de gran escala a través de la guerra. Bien es verdad que en el actual grado de desarrollo del Derecho internacional, esa tendencia parece estar perdiendo fuelle. Pero a pesar de ello, en estos últimos días, la sombra de Marte, dios romano de la guerra, parece volver a planear sobre la faz de la Tierra.

Una circunstancia nos separa y diferencia de guerras del pasado con la que podría volver a desatarse, viendo lo visto: esta circunstancia es que "sería la última".

Los señores Trump y Putin parecen estar llamados a representar de nuevo los papeles de Anibal Barca y de Publio Cornelio Escipión el Africano (o viceversa). Pero esta vez, tenebrosamente vinculados por un interés común: el dominio no ya del Mediterráneo, sino del resto del planeta.

Así las cosas, ¿sería más temible una guerra comercial a gran escala que el bombardeo mutuo y sin solución de continuidad de Oriente y Occidente?. Ambas manifestaciones comparten connotaciones definitorias, pues los daños colaterales también se contabilizarían en ambas versiones en número de muertos, directa o indirectamente.

Estados Unidos, Rusia, Europa en medio y China merodeando por los alrededores de estos tres bloques parecen estar, como digo, llamados a "medirse". La cuestión que más preocupa: el motivo, la motivación, el "casus belli".

Con todo, no es momento de ser pesimista. Todavía quedan (o quedamos) seres humanos que creen (o creemos) en que "el hombre no es un lobo para el hombre", llevando la contraria así a Hobbes.


Antología del insulto: el deporte nacional por antonomasia.

 

El insulto, esa herramienta lingüística  tan antigua como la propia humanidad, ha evolucionado a lo largo de la historia, reflejando cambios sociales, culturales y psicológicos de cada época.

Puede definirse como una expresión, palabra o acción que se utiliza con la intención de ofender, humillar o menospreciar a otra persona o grupo de personas.

Desde las primeras civilizaciones, el insulto ha sido una forma de agresión verbal, presente en textos como la Epopeya de Gilgamesh.

En la antigua Grecia y Roma, los insultos eran algo común en la vida pública y privada. Algunos incluso se consideraban parte del folclore. Eran comunes en el teatro, la política y la vida cotidiana. Existían insultos específicos para diferentes grupos sociales, como los esclavos o los extranjeros.

Llegada la Edad Media, la religión influyó en el lenguaje y los insultos a menudo se relacionaban con blasfemias y herejías. La estratificación social también se reflejaba en los insultos, con términos despectivos hacia las clases bajas. A menudo se utilizaban en disputas y conflictos violentos.

El Renacimiento trajo una mayor diversidad de insultos, con juegos de palabras y metáforas ingeniosas. El Siglo de Oro español fue escenario de una gran sofisticación en esta materia. Sólo hay que apreciar las obras de Quevedo para constatarlo. Se volvieron más elaborados, con juegos de palabras, metáforas y alusiones literarias.

En nuestros días, la globalización y la tecnología han facilitado la difusión de insultos a través de internet y de las redes sociales. han surgido nuevas formas de insulto, como el ciberacoso y los discursos de odio en línea. Han aparecido también insultos relacionados con las diferentes clases de discriminación, como el racismo, la homofobia, la xenofobia y similares.

Lo que se considera un insulto varía, como podernos ver, según la cultura y el contexto. Es fundamental la intención del emisor para poder determinar si una expresión es un insulto. Aparentemente inofensivo puede ser un insulto si se pronuncia con malicia. Pueden tener un impacto negativo en la autoestima y el bienestar emocional de la persona que los recibe. Evolucionan con el tiempo, y algunos términos caen en desuso mientras que otros surgen. Su efectividad radica en su capacidad de atacar la autoestima, la dignidad o la identidad del receptor. 

Con el paso del tiempo, algunos insultos han cambiado de significado. Por ejemplo, el conocido y muy usado "gilipollas" proviene de la unión de "gili" (inocente o ingenuo) y "polla". Su origen está en la Reconquista, en la que los repobladores que venía de Italia se referían a los jóvenes soldados como "gili pollastri", es decir, pollitos inocentes.

Con todo, las normas y leyes intentan limitar el uso de los insultos, especialmente aquellos que incitan al odio o a la violencia. Erradicar por completo esta tradicional costumbre, que en nuestro país podemos catalogarla de "deporte nacional", no resulta tarea sencilla. A estos efectos, bien podemos utilizar una serie de mecanismos de defensa, como la negación, el contraataque o la evitación, pero, eso sí, siempre dentro del cauce de la educación y el respeto hacia el otro. En necesario aprender a reconocer y gestionar las emociones propias, así como a comprender las emociones de los demás. Es conveniente expresar las opiniones y necesidades de forma clara y respetuosa, sin recurrir a la agresión verbal. Ponerse en el lugar del otro y tratar de comprender su perspectiva puede ayudar a evitar comentarios hirientes. Antes de hablar, tomarse un momento para reflexionar sobre las palabras que se vana utilizar y el impacto que pueden tener en los demás es también una buena fórmula. Si s posible, alejarse de personas o situaciones que puedan generar discusiones o insultos y hacer saber a los demás que no se tolerarán los insultos y que se tomarán medidas si es necesario.

Pero es sobre todo a nivel educativo donde podemos encontrar soluciones: enseñar a los niños y a los jóvenes la importancia del respeto, la tolerancia y la empatía, fomentar el diálogo y la mediación u crear espacios seguros, así como promover campañas de sensibilización y de uso responsable de las redes sociales.

Y para finalizar, recordemos que el insulto nunca es aceptable, pues todos merecemos ser tratados con respeto y dignidad. Dejemos a un lado su catalogación como "deporte nacional".

La "chopito", la "tololo" y la "pedales".


Es sabido que, quienes ya sobrepasamos las seis décadas de edad, por lo general, comenzamos a recordar épocas pretéritas, sobre todo y principalmente de nuestra época de "la mili". No es una regla matemática pero suele cumplirse con cierta frecuencia. Y esos recuerdos engrosan un bagaje con desigual peso una vez que los colocamos en la "balanza" de los buenos y de los malos recurdos.

Este es el caso del que teclea estas palabras en este preciso momento. Un recuerdo que brotó de forma inesperada al conocer por primera vez el "nombre" de la persona que protagonizaría los últimos segundos del pasado ya año 2024 en una cadena televisiva. Más concretamente la conocida como "Lalachús".

Pues bien, como digo, al oir su nombre me llegó el recuerdo de una tarde cualquiera de verano del ya lejano año 1980. Acostumbrábamos a coger el autobús que nos dejaba en el madrileño barrio de Argüelles, tomarmos unas cuantas cañas (a cinco duros cada una) y sin mucho tardar, volver a coger el autobús en la calle Hilarión Eslava, destino a El Pardo.

Solíamos ir en grupo, siempre al mando de algún Cabo 1º veterano (en este relato, yo), tanto en Madrid como en El Pardo. Aquella tarde, como digo, uno de los soldados propuso continuar la "ruta" cervecera por el Pardo y aprovechar así para presentarnos a unas amigas suyas, que las definió como muy simpáticas, amables y cultas, amantes también de las "rutas" que cito. Sólo presentaban un pequeñó problema: el sobrenombre o mote por el que eran conocidas en su barrio: la "chopito", la "tololo" y la "pedales". Motes que, en honor a la verdad, llamaban poderosamente la atención, sobre todo por no asociar ese sobrenombre a su fisonomía. Básicamente sonaban a orpobio, vilipendio, escarnio o agravio.

Pues bien, llegado el momento de conocer en directo a nuestras protagonistas, resultaron ser punto más que correctas, escasas de alcances o entendederas tal vez, muy poco participativas en conversaciones que fuesen más allá del "hola qué tal" y, sobre todo, "muy cristianas", como mandaban los santos cánones en un lugar en el que sólo habían transcurrido cindo años de la muerte del hoy famosísimo General Franco.

Y digo que estas tres pretendidas amigas fueron la primera imagen que apareció en mi retina al contemplar la de esta tal "Lalachus", pues tanto la "chopito", como la "tololo" o la "pedales" no bajarían de los 350 kgrs. entre las tres. Asunto este que no tiene por qué ser discriminatorio, ni muchos menos. Claro que no.

Lo que sí que es preocupante es que en nombre no se sabe muy bien de qué, esta tal "Lalachus", bien por iniciativa propia o por imperativo laboral, se le ocurrió sujetar una suerte de cartulina con una figura parecida a un minotuaro, cabeza de vaca y corazón de Jesús (cosa que no vi, pues la 1 está comenzando a ser imposible de ver).

Siempre me ha importado un pimiento el asunto religioso, sobre todo desde que sudé tinta para aprobar Derecho Canónico hace ya bastantes años en la Facultad de Derecho, pero soy respetuoso con las ideas y creencias de cada cual. Faltaría más. Por eso no puedo dejar de preguntar a quienes alaban este gesto de Lalachús qué hubiese ocurrido si la cabeza de esa vaca hubiese aparecido en la susodicha cartulina sobre el cuerpo de Mahoma, por ejemplo. Y me pregunto más...¿por qué hubo de ser un corazón de Jesús y no el lider del Islam?.

En fin, que entre chopitos, tololos, pedales y lalachuses parace andar la televisión pública...Y lo que es peor, su correspondiente y adoctrtinada masa televisiva de auditores. ¿Qué mejor que introducir elementos disruptivos o disociativos para acabar con rutinarias tradiciones?. Con todo, si hemos de respetar la libertad de opinión, habremos de hacerlo en todas sus direcciones.

Los problemas de las redes sociales. Educación digital para aminorarlos.



Las redes sociales han transformado la forma en que nos comunicamos y compartimos información, pero también han surgido varios problemas que afectan tanto a los usuarios como a las plataformas mismas. Aquí exploraremos algunos de los problemas más significativos.

1) Desiformación y Fake News: la circulación de información falsa se ha convertido en un problema crítico. Las redes sociales pueden amplificar rumores o noticias engañosas, lo que puede tener consecuencias perjudiciales en la sociedad, especialmnte en temas de salud y política.

2) Ciberacoso: la naturaleza anómina de las redes sociales ha facilitado el ciberacoso. Muchas personas, especialmente los jóvenes, se convierten en víctimas de bullyng en línea, lo que puede tener graves repercusiones en su salud mental.

3) Adicción: el diseño adictivo de muchas plataformas, que busca mantener a los usuarios enganchados, puede llevar a un uso excesivo y a problemas de salud mental. Muchos usuarios experimentan ansiedad, depresión y problemas de autoestima relacionados con su actividad en redes sociales.

4) Privacidad y seguridad: las redes sociales suelen recopilar grandes cantidades de datos personales, Esto plantea preocupaciones sobre la privacidad, y muchos usuarios sienten que su información puede ser mal utilizada o no está segura.

5) Ecosistemas cerrados: muchas redes sociales tienden a crear "burbujas" informativas, donde los usuarios solo ven contenido que refuerza sus propias opiniones, lo que limita la exposición a diversas perspectivas y fomenta la polarización.

6) Impacto en la salud mental: numerosos estudios han mostrado una correlación entre el uso de las redes sociales y problemas de salud mental, como ansiedad y depresión. La comparación constante con las vidas aparentemente perfectas de otros puede llevar a una disminución en la percepción del propio bienestar.

7) Normas y regulación: la falta de regulaciones claras sobre cómo se manejan los datos y el contenido en las redes sociales ha generado confuión y desconfianza entre los usuarios. A veces, las plataformas toman decisiones arbitrarias sobre lo que se permite y lo que no, afectando la libertad de expresión.

En resumen, aunque las redes sociales ofrecen muchos beneficios, es importante ser conscientes de los problemas que surgen de su uso. La educación digital y la promoción de un uso saludable de estas plataformas son esenciales para mitigar estos problemas y crear un entorno en línea más seguro y positivo.


Reyertas de bar de polígono

La cortesía parlamentaria puede definirse como el conjunto de normas y prácticas que regulan el comportamiento de los diputados y senadores en las sesiones de las Cámaras Legislativas. Su objetivo es garantizar el respeto mutuo, el diálogo constructivo y el buen funcionamiento de la actividad parlamentaria.

La cortesía parlamentaria se basa en en el cuidado de las formas, el respeto al oponente, al orador, a las decisiones de las presidencias de los órganos parlamentarios y a los tiempos de intervención. También implica evitar los insultos, las descalificaciones, las interrupciones, los gestos ofensivos o las actitudes violentas.

La cortesía parlamentaria no siempre aparece recogida en los reglamentos de las Cámaras, sino que a veces se trata de una tradición o una costumbre. Sin embargo, su incumplimiento puede acarrear sanciones disciplinarias o incluso la expulsión del pleno o la comisión. Además, la falta de cortesía parlamentaria puede deteriorar la imagen pública de los representantas políticos y generar desconfianza o rechazo entre los ciudadanos.

La cortesía parlamentaria es un deber y un uso parlamentario que forma parte del oficio de los integrantes de las Cámaras. Se trata de un arte de la convivencia en sede entre adversarios políticos, que favorece el debate democrático y el consenso. La cortesía parlamentaria es una muestra de respeto a la institución, a los colegas y a la ciudadanía.

Por tanto, actitudes chulescas, engreídas y presuntuosas buscando la reyerta de bar de polígono deberían evitarse como principio fundamental de las sesiones parlamentarias, desgraciadamente poco o nada respetado en épocas convulsas y de manifiesta crispación.