Aforamientos ¿justificados o no?


En España, el aforamiento parlamentario es una prerrogativa procesal que implica que ciertos cargos públicos, incluidos los diputados y senadores del Congreso y del Senado, deben ser juzgados por un tribunal superior al que correspondería  un ciudadano común en caso de cometer un delito. En el caso específico de los diputados y senadores, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo es el órgano competente para instruir y enjuiciar las causas penales contra ellos, según queda establecido en el artículo 71.3 de la Constitución Española.

El aforamiento supone Fuero especial, un cambio en las reglas procesales. En lugar de ser juzgados por los tribunales ordinarios, los aforados son llevados directamente ante un tribunal de rango mayor, como el Tribunal Supremo o los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas, dependiendo del cargo.

Se trata de una prerrogativa, no de un privilegio, aunque a menudo se percibe como un privilegio, el aforamiento se justifica legalmente como una prerrogativa que busca proteger la independencia del cargo público y del órgano que representa. Se argumenta que un tribunal superior es menos susceptible a presiones políticas o mediáticas al juzgar a una figura pública relevante.

Por lo general, el aforamiento es una condición temporal que dura mientras la persona ocupa el cargo. Si la persona deja de ser parlamentario, la causa penal, si la hubiere, pasaría a ser competencia del tribunal ordinario que le correspondería.

No debe confundirse con inviolabilidad e inmunidad. La inviolabilidad protege a los diputados y senadores de ser perseguidos judicialmente por las opiniones manifestadas o los votos emitidos en el ejercicio de sus funciones. Es una protección absoluta e impide cualquier responsabilidad legal por esas acciones. la inmunidad implica que los parlamentarios sólo pueden ser detenidos en caso de flagrante delito, y para ser procesados o inculpados, se requiere un suplicatorio de la Cámara a la que pertenecen. Esa prerrogativa busca evitar detenciones o procesos que puedan obstaculizar el funcionamiento de la institución parlamentaria.

Debate sobre el aforamiento

El aforamiento ha sido objeto de un intenso debate en España. Sus críticos lo consideran un privilegio que atenta contra el principio de igualdad ante la ley (artículo 14 de la Constitución Española), ya que crea un sistema judicial diferenciado para ciertos ciudadanos. También argumentan que al ser juzgados directamente por un tribunal superior, los aforados pierden el derecho a una segunda instancia, es decir, la posibilidad de recurrir la sentencia ante un tribunal superior, lo que sí tienen los ciudadanos no aforados.

Por otro lado, sus defensores argumentan que es una garantía necesaria para preservar la independencia de los poderes del Estado y proteger a los cargos públicos de posibles injerencias o presiones indebidas en el ejercicio de sus funciones.

En España, además de los parlamentarios, otras figuras como miembros del Gobierno, jueces, magistrados, fiscales, miembros del Tribunal Constitucional, y otros cargos públicos, también gozan de algún tipo de aforamiento, aunque las condiciones y los tribunales competentes pueden variar. La discusión sobre la necesidad de reducir el número de aforados y reformar esta figura legal ha sido recurrente en la agenda política española.

Las noches en el Castillo de Ayyub


Las noches en el Castillo de Ayyub no son para los débiles de corazón. Una vez que el sol se sumerge  tras los picos escarpados de la Sierra de Armantes, tiñendo el cielo de púrpura y naranja antes de ceder a la oscuridad total, el castillo despierta con una vida diferente, una que las horas diurnas ocultan.

Durante el día, el castillo del Emir Ayyub ibn Aviv Lajmi es  una fortaleza imponente, sus muros brillando bajo el sol aragonés, un testimonio silencioso de siglos de historia. Pero al caer la noche, las sombras se alargan, distorsionando las torres y almenas en formas fantasmales. El viento, que durante el día susurra a través de los patios, se convierte en un aullido lúgubre que se cuela por cada rendija, haciendo que sus viejos muros crujan y giman como si lamentaran un pasado olvidado.

En el gran patio central, donde de día los halcones vuelan en círculos, por la noche el silencio es casi palpable, solo roto por el batir de alas de algún búho solitario o el lejano ladrido de un perro en el barrio de la Morería de Calatayud. Las antorchas, si es que se encienden, proyectan luces danzantes que hacen que las torres esculpidas parezcan cobrar vida, sus ojos de piedra fijos en un punto invisible en la oscuridad.

Se dice que los antiguos moradores del castillo, desde los califas almohades hasta los caballeros cristianos que lo conquistaron, aún vagan por sus estancias. Los guardias nocturnos, hombres curtidos por años de servicio, evitan las alas más antiguas y decrépitas. Cuentan historias de pasos que se escuchan en galerías vacías, de lamentos ahogados que vienen de las mazmorras e incluso de una luz tenue que a veces parpadea en la torre más alta, la misma donde, según la leyenda, una princesa morisca se arrojó al vacío por amor.

Las cocinas, que de día rebosaban con el bullicio de los cocineros, se transforman en un lugar de ecos. El tintineo de cacerolas que nadie tocaba, el olor a especias que ya no existen, y el frío inexplicable que se adhiere a la piel, hacen que cualquier visitante se persigne antes de cruzar su umbral en la oscuridad.

Pero quizás lo más inquietante de las noches en el Castillo de Ayyub es la sensación de ser observado. No por ojos humanos, sino por algo más antiguo, más profundo. La piedra misma parece respirar, los muros resonar con historias no contadas, y el aire cargarse de una energía que hace erizar el vello de la nuca. Es una majestuosidad teñida de melancolía, un recuerdo constante de la transitoriedad de la vida y el eterno misterio de lo que yace más allá del velo de la realidad.

Al amanecer, cuando los primeros rayos del sol pinta  de oro la Sierra Vicort y el rocío brilla en la torre Albarrana, el Castillo de Ayyub vuelve a ser una fortaleza imponente. Pero aquellos que habían pasado la noche dentro de sus muros sabían que la oscuridad ocultaba secretos y susurros que solo la noche podía revelar.

(Fotografía: Fernando Navarro Henar)